Pretérito perfecto simple | Pretérito imperfecto |
abrí salí encontré |
era sentía estaba |
Pretérito perfecto simple | Pretérito imperfecto | Pretérito pluscuamperfecto |
organizaron buscaron decidieron |
existía salían animaba a acercarse |
había preparado |
En tiempos remotos, hijo mío, el elefante no tenía trompa. Solo poseía una nariz
oscura y curvada, del tamaño de una bota, que podía mover de un lado a otro pero
con la que no podía agarrar nada. Existía, también, otro elefante, un nuevo elefante,
hijo del anterior, que tenía una insaciable curiosidad por todas las cosas, lo que
significaba que, en todo momento, estaba haciendo preguntas. Vivía en África y a
todos molestaba con su insaciable curiosidad.
Fragmento de El hijo del elefante, de Rudyard Kipling. Los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran. Fragmento de Las medias de los flamencos, de Horacio Quiroga. Sherezade era una joven de delicadeza exquisita. Contaban en la ciudad que había leído innumerables libros y conocía las crónicas y las leyendas de los reyes antiguos y las historias de épocas remotas. Sherezade guardaba en su memoria relatos de poetas, de reyes y de sabios; era inteligente, prudente y astuta. Era muy elocuente y daba gusto oírla. Fragmento de Las mil y una noches. Aquella primera noche, Sherezade empezó con la historia del mercader que, en uno de sus viajes por el desierto, cayó en manos de un efrit que quería cortarle la cabeza. El mercader, en su afán por salvar su vida, le contaba al genio maligno tantos relatos maravillosos que llegó el amanecer sin que Sherezade hubiese concluido la historia. Entonces, la joven se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso que le había concedido Shariar. Su hermana Doniazada dijo: –¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y sabrosos son tus relatos! Sherezade contestó: –Pues nada son comparados con los que os podría contar la noche próxima, si el rey quiere conservar mi vida. El rey dijo para sí: –¡Por Alá! No la mataré hasta que haya oído el final de su historia. Y por primera vez en muchos años durmió un sueño tranquilo. Fragmento de Las mil y una noches. |
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